Ciudad frontera
La realidad de las ciudades de Ceuta y Melilla es un claro ejemplo de cómo las medidas de gestión migratoria aplicadas por parte de la Unión Europea se centran, cada vez más, en la fortificación y la externalización. Ambas son el único territorio español – y europeo – en suelo africano, el punto de entrada para personas migrantes que siguen la ruta occidental. Ceuta es un enclave español en la costa norte de Marruecos, 65km al este de Tánger y a sólo 14km de la Península Ibérica, a través del Estrecho de Gibraltar. La ciudad ocupa alrededor de 20km2 de territorio y tiene 84.959 habitantes, según datos del Instituto Nacional de Estadística, 2017. Ceuta y Melilla son ciudades españolas que Marruecos reivindica como propias, ya que ambas son los únicos territorios que quedan del antiguo Protectorado Español (1912-1956) y tienen un contexto social, económico y legal muy singular.
Ceuta está rodeada de una doble valla de 8,300km de largo y 6m de altura equipada con alta tecnología que completa la vigilancia constante de los cuerpos de seguridad a lo largo de todo el perímetro para evitar la entrada de personas migrantes y solicitantes de asilo. En Febrero de 2017, el Ministro del Interior del Gobierno Español declaró estar estudiando la posibilidad de usar drones con cámaras termográficas para mejorar el control fronterizo, no sólo en la valla, también en el mar. La fortificación de Ceuta ha sido progresiva desde la construcción de la valla en 2000, paralelamente a la implantación del SIVE, un sistema de vigilancia marítima con radares y cámaras gestionado por el Gobierno Español para controlar el estrecho y bloquear los cruces a las Islas Canarias y a las costas andaluzas. Las operaciones marítimas blindan la zona y son coordinadas con FRONTEX, la agencia europea de las fronteras, creada en 2004. No obstante, la realidad es que las entradas de personas migrantes a través de la valla registran un número mucho menor del los medios de comunicación a menudo califican de “masivo”. En el año 2017, llegaron a Ceuta 2.252 personas migrantes (2.604 en 2016), lo que significa un porcentaje muy bajo de la inmigración irregular en España. España gastó más de 22.000 euros diarios entre 2005 y 2013 en la instalación y el mantenimiento de sus 18,7 kilómetros de vallas en las fronteras de Ceuta y Melilla con Marruecos, según un informe de Amnistía Internacional (AI). El nivel de control es tan elevado que se ha considera a Ceuta y Melilla iconos de la “fortaleza Europa”, ya que ambas se encuentran dentro de la UE y a la vez fuera del territorio Schengen.
Frontera con permeabilidad selectiva
El papel fronterizo de Ceuta se enmarca en un contexto geopolítico que no podemos pasar por alto cuando hablamos de la situación migratoria. Tanto Ceuta como Melilla son consideradas “puntos de entrada” de los flujos migratorios, pero su papel es decisivo también en las relaciones bilaterales entre Marruecos y España y, por consecuencia, con la Unión Europea. En las negociaciones constantes con los países del Sahel y el Maghreb, la Unión Europea ejerce cada vez más presiones políticas y económicas para lograr externalizar las fronteras y reducir el movimiento de personas de un país a otro. Las políticas de la UE se centran en interceptar las rutas migratorias mucho antes de que las personas lleguen a nuestras fronteras, para que esas acciones sean menos visibles a la opinión pública y quiénes migran tengan menos oportunidades de llegar a suelo europeo y pedir asilo.
Esta realidad entra en conflicto directamente con la tendencia de la Unión Europea y los países enriquecidos del sistema desigual en el que vivimos, donde lo más común es eliminar fronteras, facilitar el movimiento libre de personas, bienes y servicios con el objetivo de generar riqueza. Pero esa tendencia no es global, sino selectiva, de forma que la riqueza generada por el libre comercio, el turismo y los negocios, son sólo para determinados países y sus poblaciones en función del pasaporte que tengan y de su nivel económico. Ceuta representa el contexto en el que la dureza de la frontera convive con una realidad comercial fronteriza muy concreta, condicionada por las políticas europeas del Partenariado Euromediterráneo (conocido como Proceso de Barcelona y aprobado en 1995) que pretende promocionar la democracia, el diálogo, la seguridad, la paz y la estabilidad en el Note de África, Oriente Medio y los países balcánicos.
El hecho de que Marruecos y España se disputen el territorio hace que la frontera de Ceuta no sea considerada como tal, sino como paso fronterizo, con lo que los requisitos legales para el comercio no son los de una aduana corriente. España es territorio Schengen, lo que significa que los ciudadanos no-europeos necesitan un visado para entrar a la ciudad. Pero hay una excepción para los ciudadanos marroquíes de las provincias de Tetúan (y de Nador, en el caso de Melilla), porque su trabajo contribuye a alimentar una red de comercio irregular a través de la frontera. Esta excepción forma parte del Protocolo de Acceso de España al acuerdo Schengen de 1991. Esto se debe a que la sostenibilidad económica de Ceuta y Melilla depende de ese comercio transfronterizo y la importación diaria de mano de obra de Marruecos, especialmente de mujeres, las llamadas “porteadoras”. Los polígonos del Tarajal, con una fuerte presencia policial, son el escenario de una rutina comercial diaria en la que ya han muerto varias mujeres a causa de las avalanchas. Esta selectividad fronteriza excluye la población marroquí de otras provincias y restringe a ciudadanos de otros países africanos. Para ellos, la frontera empieza mucho antes de entrar a Marruecos, cuyo gobierno y fuerzas armadas son, a la práctica, quiénes controlan las fronteras españolas.
Ciudad limbo
La fortificación de la frontera es una medida agresiva que va en contra de los derechos humanos y, especialmente, en contra del derecho al asilo. Hacer más difícil el movimiento de personas y privarles de utilizar vías legales para llegar a la Unión Europea no ha hecho más que aumentar el negocio de las redes de tráfico de personas en estas mismas rutas. La migración es un fenómeno natural que se ha dado de forma constante a lo largo de la historia, así que frenarla sólo sirve para hacer que esos movimientos se realicen de forma más insegura. Es una paradoja, porque la UE y sus tratados Euromediterráneos tienen por objetivo reducir el tráfico y el contrabando en esta zona, cuando lo que consiguen es justamente lo contrario. La realidad fronteriza no es solamente una cuestión de gestión migratoria, es una lucha de poderes en un sistema en el que la “ilegalidad” y la “irregularidad” son estatus adjudicables a los seres humanos, en el que hay determinadas personas que merecen “estar dentro” y otras “estar fuera”.
Las personas migrantes que consiguen llegar a Ceuta después de un arduo camino suelen hacerlo cruzando la valla, escondidos en coches en el paso fronterizo o con balsas para llegar a la playa. Su intención no es quedarse en Ceuta, ya que sólo es una ciudad de tránsito, sino pasar a la Península y, en muchos casos, ir a otro país europeo. Las personas que llegan son registradas y filtradas, con la alegría de haber conseguido su objetivo, pero grandes retos por delante durante su estancia en la ciudad. Los migrantes que hemos conocido en Elín hablan de Ceuta como una \»cárcel dulce\», un lugar donde se les cubren unas necesidades básicas pero donde no pueden elegir por sí mismos ni dar un paso adelante. Un espacio lleno de “otras fronteras” diarias para ellos que no son vallas, pero también son difíciles de cruzar.
En Ceuta, las personas migrantes y solicitantes de asilo viven en el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI), un recinto ubicado en una zona montañosa de la ciudad, que cuenta con 512 plazas y un régimen controlado de horas de entrada, salida, comidas, etc. Suelen quedarse allí entre 3 y 6 meses, con un estatus legal indefinido que no les permite trabajar, o un período más largo para los solicitantes de asilo, hasta que su petición sea resuelta. Varias asociaciones sin ánimo de lucro organizan actividades de apoyo, como es el caso de Asociación Elín, para contribuir a que esa situación de “aislamiento” que viven en la ciudad de Ceuta, a la espera de ser trasladados, sea más fácil, puedan socializar, aprender español y conocer sus derechos. Desde la asociación trabajamos para que los residentes del CETI tengan un espacio de acogida, un ambiente de igualdad y un grupo de personas en el que se sientan en familia. Orientamos nuestras actividades a establecer vínculos con la ciudad de Ceuta, facilitando su presencia en la universidad, los institutos, las asociaciones de la ciudad, la biblioteca, etc. Si quieres saber más sobre lo que hacemos, sigue leyendo aquí.